Tacatá,tacatá,tacatá...ese sonido se repitió muchos años... mañanas, tardes, noches, madrugadas...era el sonido del amor maternal, del deseo de superación, del trabajo digno, de fe en un mañana mejor, de cumplir responsablemente su misión, de poner el corazón en todo lo que hacía en el día a día.
Tacatá, tacatá,tacatá... era el sonido de la valentía de una madre joven que no se rindió, y que formó a sus dos hijos con altos valores y amor filial, alegría e ilusiones.
Tacatá, tacatá, tacatá...la joven madre movía los pies en una infinita armonía de subes y bajas, trabajando mente y cuerpo, manos y hombros, pero sobre todo hermosos sentimientos de ternura de una madre formadora, que se entregó por completo al trabajo, y a acompañar a su padre en una convivencia larga, llenando el vacío de la madre mayor.
Tacatá, tacatá, tacatá...surcía, cosía, remallaba, hilvanaba... diseñaba ropa, medía, caminaba, sonreía, lloraba, soñaba, se ilusionaba, cocinaba, lavaba, criaba...amaba inmensamente.
Tacatá, tacatá, tacatá...los hijos iban creciendo, y creciendo muy bien, con valores, con deseos de superación, con esperanza de un futuro mejor...ese futuro que su madre siempre anheló.
Tacatá, tacatá, tacatá...la joven madre se iba haciendo mayor, los hijos, mujer y hombre, no decepcionaron, y se fueron a una ciudad más grande a buscar un destino mejor.
Tacatá, tacatá, tacatá...se malogró la máquina, se iba oxidando, la fiel amiga de madera y metal de tantos años le decía vete. anda a coser a otros lados, con esos hilos de amor que juntas hilvanamos, y que nunca se descocieron, ni con el transcurrir de los años.
Tacatá, tacatá, tacatá...los hijos se hicieron grandes, y correspondieron a su noble madre, con grandes gestos de amor , como merecido premio hacia una mujer incomparable.
Tacatá, tacatá, tacatá...la madre se iba haciendo anciana, pero anciana fuerte, sabía, consejera;y conoció el otro lado del mundo, donde vivía su hija mayor, tal vez fue un premio que el divino otorgó a una mujer que dejó el amor propio, que lo dio todo, y que la vida premió.
Tacatá, tacatá, tacatá...la joven mujer que cocía partió rumbo a la casa de Dios, cumpliendo su misión en la vida, dando ejemplo de trabajo, honradez y tesón.
Tacatá, tacatá, tacatá, tacatá,tacatá, tacatá, tacatá, tacatá... muchos años sonó, esa amiga que no hablaba, pero que fue fiel compañera de una amiga que vida le transmitió, para pasar largas veladas de trabajo, hasta cansarse las dos.
Tacatá, tacatá, tacatá...esta líneas son para Josefina, buena mujer que por la vida transitó.
Dios los bendice siempre.
Marco Antonio Malca Delgado
Sábado 09 de noviembre del 2019
00:32 am