Transcurría el año 1995, era mi noveno año como docente, tenía 29 años de edad y trabajaba en una escuela católica, como profesor de Inglés, tutor de cuarto año de secundaria y asesor de promoción.
Podría afirmar que estaba en un momento interesante de mi carrera profesional, tenía más de 130 alumnos a mi cargo, todos ellos con edades entre los 15 y 16 años, era un maestro exigente y que orientaba a los alumnos en el respeto a las normas y el buen aprovechamiento.
Recuerdo que en cuarto año "B" de secundaria había un alumno que tenía mal comportamiento, se expresaba en doble sentido o con groserías, y no le aceptaba ninguna broma, tratándolo con energía y cultura de sanción, y pensaba que era la mejor forma de hacerlo reaccionar para que cambie de actitud.
Las actitudes negativas del alumno eran frecuentes, y cuando le llamaba la atención se ponía retador e insolente, a tal punto que lo retiraba del aula y en alguna oportunidad lo suspendí de asistir al colegio por mal comportamiento.
Mi falta de experiencia y "soberbia" de maestro joven y con "poder" por ser el asesor de promoción, me llevó a actuar con dureza con el alumno en mención, y por aquel entonces no se me ocurría otra forma de corregirlo si no era a través de una sanción.
Cierto día durante el desarrollo del año escolar, ingresé al aula para dictar clases y encontré una ingrata sorpresa para mi: "Todos los alumnos del cuarto año "B" de secundaria estaban con sus carpetas mirando a la parte opuesta al salón, es decir, dándome la espalda, en silencio, no les interesó que yo, el asesor de promoción haya ingresado al salón, estaban en una clara actitud de solidaridad con el compañero al cual trataba con dureza".
Era un silencio total de parte de ellos, yo preguntaba que estaba pasando con ellos y no obtenía respuesta alguna, tan sólo silencio, pero en ese momento pensé que tal vez había cometido un error, hasta que expresé lo siguiente: "Si están molestos o resentidos conmigo díganme para escuchar su sentir"... pero igual, estuvieron varios minutos en esa actitud, dándome la espalda, sentados con sus carpetas mirando el lado opuesto del salón.
Guardé silencio por unos momentos, y me acerqué al presidente del aula, y le dije que estaba dispuestos a escucharlos, se puso de pie y me dijo: "Profesor, no tenemos nada contra usted, pero no estamos de acuerdo en la forma cómo trata a nuestro compañero, y nos solidarizamos plenamente con el".
Me sentía afectado, nunca en nueve años como docente me había ocurrido algo así, que más de 50 alumnos de un aula me dieran la espalda, pero en esos momentos, les hablé a todos los alumnos, a pesar de estar de espaldas a mí y les dije que siento mucho el haber maltratado a su compañero, que no me había percatado de mi actitud, y que iba a buscar la mejor solución para que su compañero cambie de actitud, que los felicito por ser solidarios, y al mismo tiempo les pido un alto sentido de la reflexión en las actitudes de todos en la vida cotidiana en el colegio.
Han transcurrido 25 años de este hecho, que con el paso de los años me llevó a un cambio radical en la forma cómo debo llegar a mis alumnos, con los años aprendí que la mejor forma de corregir a un alumno con problemas de conducta no es bajo la cultura de la sanción y el maltrato, sino con mucho diálogo y optimismo, no significa que el maestro deba aceptar las malas actitudes de sus pupilos, sino que en todo momento debe demostrar la entereza y templanza que todo educador debe tener.
Hace muchos años que no los veo, ahora todos ellos deben estar sobre los 40 años de edad, y estoy seguro que son hombres de bien, ahora recuerdo este hecho como una de las más hermosas lecciones que los integrantes de un aula de cuarto año de secundaria dejaron en mi, y tenía merecido que me dieran la espalda, porque me hizo reaccionar y cambiar gradualmente mi manera de actuar ante situaciones complicadas en el mundo de la escuela, con tranquilidad, sentido de la reflexión y mirando siempre a mis alumnos como seres extraordinarios.
No todo es color de rosa en la escuela, los que llevamos transitando años en las aulas podemos contar tantas anécdotas que pasaron en las mismas, tantos momentos alegres, tristes, difíciles, fraternos, reflexivos...y todos sirven para que un maestro sea mejor educador cada día.
Nunca olvidaré ese día, me dolió en el alma que mis alumnos me dieran la espalda, pero me enseñaron en el momento oportuno a reaccionar y a corregir mis actitudes con ellos, a ir más allá de la cultura de la sanción, a evaluar que está pasando con ellos y de qué manera los puedo ayudar.
Esto es lo hermoso de ser maestro, es el regalo que te dan tus alumnos con grandes lecciones para que un profesor crezca como maestro y obtenga paciencia y aplomo frente a sus alumnos.
Gracias mis queridos ex alumnos de la promoción 1996.
Me enseñaron a ser mejor profesor.
Marco Antonio Malca Delgado
Viernes 19 de junio del 2020
00:19 am
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