El próximo domingo 6 de julio se celebrará en mi patria, el Perú, el Día del Maestro Peruano, una fecha trascendental dentro del calendario cívico escolar. Es una ocasión propicia para que la comunidad educativa haga un alto y reflexione sobre la enorme responsabilidad, el profundo compromiso con la patria y la vocación transformadora que asumen los profesionales de la educación en el mundo actual.
En pleno siglo XXI, los maestros enfrentamos desafíos que van más allá del aula. A nuestra labor pedagógica se suma, muchas veces, la necesidad de criar y corregir a estudiantes que no han recibido en casa la formación ética y en valores que les corresponde. La familia, piedra angular de toda sociedad, atraviesa una profunda crisis, reflejada en el creciente número de hogares disfuncionales y familias fragmentadas.
A pesar de estas circunstancias adversas, los educadores tenemos la misión irrenunciable de formar seres humanos íntegros, con un alto sentido de fraternidad, capaces de construir su propio destino y transformar su entorno. Nuestra influencia puede ser la chispa que encienda la vocación, la esperanza y el liderazgo en las nuevas generaciones.
Es imperativo que los gobiernos de turno empoderen al maestro, inviertan en su formación continua, lo actualicen conforme a los signos de los tiempos y lo reconozcan como líder cultural y ético de la sociedad. Asimismo, urge una reforma profunda del sistema educativo, que garantice que quienes eligen la pedagogía lo hagan por vocación y no por descarte, y que encuentren en la docencia una fuente de realización personal y profesional.
Hoy más que nunca, el maestro debe ser voz de cultura, ejemplo de esperanza y faro de liderazgo en medio de la crisis social y familiar que vive el mundo. Que este Día del Maestro nos inspire a renovar nuestro compromiso con la educación y con el futuro del país.
Hay que ser agradecidos. En mi opinión, la sociedad peruana —sus gobernantes y ciudadanos de todas las edades— le debe una gratitud eterna a quienes, desde las aulas, no solo imparten conocimientos, sino que forman, inspiran y forjan seres humanos que aman y se identifican con su patria y su entorno.
El Perú necesita hoy, más que nunca, personas intachables e incorruptibles, y es el maestro quien tiene en sus manos la posibilidad de sembrar esa semilla. Nuestra hermosa patria, históricamente fragmentada y dividida, sufre aún por el egoísmo de muchos de sus habitantes, incapaces de reconciliarse y unirse en un proyecto común. A esto se suma la gestión de agrupaciones políticas que, lamentablemente, siguen gobernando con funcionarios corruptos.