Cada año que culmina siento el horizonte más cercano; veo el sol más radiante, y sus lenguas de fuego me recuerdan la pasión ardiente que siento por la educación.
Recuerdo cuando mis padres nos dejaban en casa, siendo pequeños, bajo el cuidado
de mi abuelito Goyo o algún familiar cercano. Más tarde, cuando crecimos, ellos
se quedaban con nosotros y recibíamos el Año Nuevo con alegría.
No soy fiestero, pero me alegra ver cómo otros disfrutan, bailan y cantan. Creo
que lo mío es el profundo amor por la naturaleza y la búsqueda de conocerme y
conocer a los demás desde el espíritu, sereno a pesar de los dolores o
angustias que pudiera tener.
Este año 2025 que se va me deja el gran dolor de la partida de mi padre, pero
también la gratitud hacia el Dios de mi fe por haberme regalado a un buen
hombre como primer educador, junto a mi madre.
He vivido momentos sentidos y retadores; he ayudado a quienes más quiero sin
interés alguno, solo con el deseo de verlos tranquilos, queridos y apreciados.
Algo que marcó mi corazón fue la oportunidad de cargar las andas del Señor de
los Milagros en Lima. Aunque tengo claro que es un signo de fe, sentí el dolor
de la gente que acompañaba su recorrido y comprendí mucho más el sentido de la
existencia humana y la creencia en un Dios que fue humano y es espíritu. Nos
entregamos en oración porque somos tan pequeños ante la creación que debemos
buscar equilibrio emocional a través del crecimiento en la fe.
Este nuevo año 2026 marcará una década más de vida para mí, y siento que el
tiempo pasó demasiado rápido. A partir de mañana viviré más como una tortuga
sabia, caminando paso a paso para lograr claridad en medio de las tormentas,
buscando el verdadero sentido de la vida a través del silencio.
Trabajé honradamente y compartí mi esfuerzo. Floté en el aire dejando mi vida
en manos de un piloto y su tripulación; miré la tierra desde arriba y vi, una
vez más, que los humanos somos muy pequeños, pero al mismo tiempo podemos ser
grandes a través de nuestras buenas acciones.
Sentí soledad y lejanía, pero no cambié mi carta de navegación vital. Me sentí
triste, pero doné mi sangre, roja como la intensidad de mis acciones, como mi
pasión por la música, como la flor que adornaba el jardín de mamá.
Cada año que termina no es solo tiempo que se va, es vida que se transforma. Hoy cierro un ciclo con gratitud y esperanza, porque aprendí que la existencia no se mide por lo que poseemos, sino por lo que entregamos.
El dolor nos recuerda que somos humanos, pero la fe nos eleva para seguir caminando.
Que el 2026 sea un tiempo para amar más, servir más y vivir con la certeza de que cada paso, por pequeño que parezca, nos acerca al propósito eterno.
Bienvenido 2026, sé que será el mejor año de mi existir.
Marco Antonio Malca Delgado
31 de diciembre del 2025
00:40 a.m.
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